El restaurante Atrapallada, ubicado en el paseo de las Acacias, tiene una terraza «climatizada» donde disfrutar de los manjares del mar atlántico
Lleva abierto casi cuatro décadas y su gestión familiar, que ya va por la segunda generación, ha llevado siempre por gala el lema «Enxebre». Un término gallego, difícil de traducir, cuyo sentido se acerca más a lo «auténtico», lo «genuino» o las «raíces» que a lo «típico». Atrapallada, significa «todo eso» para sus actuales responsables, María Ángeles Antes y Francisco Javier Rodríguez. Herederos de esa tradición, han querido dar un nuevo aire al clásico aspecto de mesón con el que abrió sus puertas en 1977.
Su transformación, a finales del año pasado, ha generado un espacio moderno en el que la madera, el hormigón y la reminiscencia marinera –a través de tramas de sogas que decoran sus columnas– han definido una sala mucho más desahogada, cálida y luminosa. Los grandes ventanales son ahora un símbolo de su «apertura al exterior». «El concepto antiguo de los restaurantes era generar intimidad ocultando al máximo el comedor. Ahora hemos hecho todo lo contrario», explica Francisco Javier, conocido por su fiel clientela como «Kiko».
Pese al cambio «radical», aseguran que no han querido perder la «sencillez» a nivel gastronómico. En esta nueva etapa los fogones están bajo las órdenes de Domingo Urosa –chef que ha pasado por las cocinas de Filandón o Sula (cerrado), entre otras– que ha basado su apuesta en la cocina de mercado con materias primas «tanto de la tierra y como del mar. «Se trata de una cocina artesanal, familiar, cariñosa, pausada y abundante que es, al final, las señas de nuestra identidad», presumen sus dueños. Su carta de vinos tiene numerosas referencias (blancos y tintos) de las D.O. gallegas: Monterrei, Rias Baixas, Valdeorras, Ribera Sacra y Ribeiro.
Terraza y barra para picar
En su barra y su terraza, su carta para picar presenta preparaciones «de bocado» entre los que destacan sus mini-hamburguesa de sepia con pan en su tinta, su duo de croquetas (carabinero y queso de tetilla), o sus tostas de anchoa en pan de cristal. Todo ello, complementado con una amplia selección de mariscos (cigalas, carabineros, ostras, gambas blancas...) y los platos más tradicionales como el pulpo a la gallega con cachelos, la vieira a la gallega o las almejas a la sartén. Recomiendan no dejar de probar sus «patitas de pulpo de roca a la parrilla con miel de membrillo».
No obstante, su cocina se extiende más allá de la carta con la posibilidad de degustar alguno de sus pescados con el tipo de cocinado que desee el cliente. Así, se puede comer un rodaballo salvaje (lomos muy generosos a la parrilla o a la gallega) o sapitos (rapes pequeños cocinados enteros) al horno con o sin su refrito de ajos. Para quienes no disfrutan de los frutos del mar, ofrecen su chuletón de vaca vieja, pluma ibérica con salsa de naranja o huevos de corral con patata confitada y picadillo de jamón ibérico, entre otras elaboraciones. Muchas de ellas son aptas para celíacos, entre ellas sus arroces para dos personas: marineros (sepia, carabineros, chipirones y almejas, en distintas combinaciones) y uno meloso de verduritas con puntitas de solomillo y jamón ibérico.
Las sobremesas, precedidas de los postres gallegos imprescindibles –filloas tradicionales y de crema, oblea de manzana (una tarta de hojaldre y fruta finísima), tarta de Santiago o queso de tetilla con membrillo y nueces–, se prolongan con cócteles, con o sin alcohol. Entre estos últimos, desde el restaurante recomiendan probar su «Rosiña» (sirope de rosas, puré de plátano, golpe de granadina). Como curiosidad disponen de tres referencias de ginebras gallegas (Platu, Ginabelle y Nordés).
Paseo de las Acacias, 12. Madrid.
Parking y aparcacoches gratuito.
Abre todos los días de la semana.
Dispone de tres reservados. 915 39 08 92
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